jueves, 26 de octubre de 2017

Algo de lluvia





Quiero algo de lluvia... una:
que desprenda aromas a la tierra
que sea ligera y bondadosa
que no deje sin hogar a nadie.

Una que purifique la ciudad
que aclare nuestra esencia
que refresque el corazón
y el pensamiento...
que acarree sueños nuevos.

Una lluvia que se lleve
este verano en pleno otoño
que nos devuelva el sosiego
y nos deje sin el estío
que abochorna la razón.

Una lluvia que consiga
un impávido brote de retoños
de conciencia humana
y de anhelos por el mañana.





miércoles, 18 de octubre de 2017

Los jardines de Mercedes




─¡Hola, buenos días!  ¿Tú tocaste el timbre?

─Sí, buenos días... para saber si acaso necesita a alguien para la limpieza.

─Sí, casualmente sí... pero para quién, ¿para ti?

─Sí, para mi. Tengo permiso de mi mamá para trabajar unas horas por las mañanas.

─Pero, ¿qué edad tienes?

─Once.

─¡Oh, estás muy pequeñito!... pero si en verdad quieres, ven, puedes comenzar hoy mismo, que el chico que venía antes, uno mayor que tú, simplemente, sin avisar, dejó de venir.

Aquella amable señora de rostro bondadoso me mostró los jardines de la casa, eran uno pequeño afuera, y uno muy grande adentro. Luego de darme de desayunar (un grandioso gesto que tendría hacia mi todas las mañanas) me dijo todo lo que tendría que hacer:  actividades como limpiar los ventanales que dan a la calle una vez por semana, barrer y regar los jardines, mantener limpio el garage y, al menos una vez por semana limpiar los dos coches (modelos setenteros). 

Yo lo tomaba como algo pasajero, es decir, como para trabajar unos cuantos meses, sin embargo, pasaron cuatro años en que serví en aquella casa, incluyéndo la de su hija, ya que ambas casas se conectaban por el jardín interno.  Iba sin faltar de lunes a sábado unas cuatro horas diarias; recuerdo que lo hacía con mucho gusto, nadie me obligaba.

Los mejores aguinaldos que pueda recordar me los dio aquella señora, quien cada diciembre me sorprendía con una cantidad que doblaba a la del año anterior. Inolvidable y hermoso ser humano, de un corazón caritativo y enorme: Así era mi Señora Mercedes M.   (Q.e.p.d.).




La hermana mayor de mi mamá, mi entrañable tía Juana, cada vez que venía a Tijuana me decía:

─De nuevo preguntó por ti doña Mercedes, dice que tiene muchas ganas de verte, que cuando vayas a Culiacán por favor no dejes de pasar a visitarla... te tiene mucho cariño esa señora.

Y yo le respondía: ─Gracias tía, así lo haré cuando vaya.

Pero nunca regresé.  Con el tiempo me enteré de los enormes e incontables cambios que le hacían a la ciudad. Ni nuestra casa cerca del río existía ya. Eso me daba tristeza... no quería volver y ver que el asfalto y nuevos bulevares ocuparon mis lugares favoritos de la infancia.

Ahora, gracias a una computadora y al programa Google maps, pude recorrer las calles por las que tantas veces caminé cuando niño para ir a la casa de doña Mercedes. Cuando al fin llegué a aquella casa... la sorpresa se tornó en un pesar dentro del corazón, pues la imagen muestra una casa de apariencia abandonada, desolada... para nada con los destellos de opulencia que poseía décadas atrás. Simplemente, sus antiguos habitantes con el pasar de los años abandonaron la morada terrenal, donde estoy completamente seguro de que fueron muy felices.

¡Cuántas veces he soñado ─ahora de adulto─ que sigo yendo a regar las plantas con sus coloridas flores; los árboles de lichi y mango, el amplio césped... los hermosos jardines de doña Mercedes!




martes, 3 de octubre de 2017

Rojo pasión




Mordí aquella roja manzana acaramelada
fueron besos con intenso sabor a locura
pero ella, apenada luego me confesaría:

─Unté mis labios con toloache de pasión
para tenerte en mis brazos
y sentir cercano tu corazón.
... quizá me odies ahora que lo sabes
... quizá te arrepientas de posar tus ojos en mi.

─Perdiste el tiempo en algo tan innecesario:
Soy inmune a tales absurdos brebajes,
pues sólo funcionan en quienes no surge este ardor,
y con tu irresistible presencia frente a mi
con tan dulce sonrisa, con tan candorosa mirada
sólo un ciego podría necesitar una pócima
para no reconocer que tiene enfrente al amor.