jueves, 21 de diciembre de 2017

Una sonrisa de regalo




En un mes donde el espíritu navideño parece apoderarse de "casi" todos los corazones, donde la gente parece sensibilizarse un poco aunque sea por unos cuantos días al año, demostrando afecto y humanidad hacia todos sus semejantes, algo curioso me sucedió:

Salía de casa, temprano, a mi acostumbrado trote matutino. Mi vecino de enfrente, un señor ya entrado en años y quien es muy reconocido en su trabajo, salió como siempre muy ensimismado, apurando sus pasos, y esta vez no respondió los buenos días, ni se giró a vernos siquiera; yo pensaría que ha de tener muchos problemas internos o que no le gusta perder el tiempo con nadie, pero resulta que siempre es así, no es la novedad, de hecho nunca saluda, es uno quien tiene que dirigirse a él, y cuando llega a responder lo hace con seriedad y sin detenerse por un segundo; sin embargo, una vez más no merecimos su respuesta, y digo merecimos, pues acostumbro a quedarme unos minutos con mi amigo, el señor guardia de la privada, quien es una de las personas más carismáticas y saludadoras que conozco. En realidad no es algo a lo que le de mucha importancia, pero he aquí la gran diferencia y contraste de las cosas, de que al cruzar la calle y toparme con el vendedor de la esquina, quien siempre se le ve tan atareado acomodando o limpiando sus naranjas, fresas y otras frutas, me dijo: "buenos días, pásele"... a pesar de sus ocupaciones, me ganó el saludo esa vez.

Al subir la rampa para llegar a los solares donde corro, ahí en la cima estaba una vez más el señor vigilante del estacionamiento de la primaria. Todo el día se la lleva parado y caminando de un lado a otro, siempre con ese gesto de agradecimiento por la vida que le ha tocado vivir, o quizá sea por la oportunidad de continuar vivo un día más, o simplemente porque le encanta su trabajo, eso sólo él lo sabe. Siempre me saluda o responde a mis buenos días, y hasta me alienta a que le ponga ganas al ejercicio.

Me hizo recordar nuevamente a mi vecino... no, no es que me guste comparar, solamente que fue inevitable la evocación.



Afortunadamente el espacio donde suelo correr casi a diario es bastante grande, porque ahí está una vez más ese señor que se adueñó del que era mi recuadro de tierra favorito; la persona que no responde a mis saludos y que incluso evita hacer contacto visual conmigo, mejor lo dejo que corra a gusto, que yo también quiero estarlo. Con que me responda el sol con estos rayos que me entibian y me quitan el frío, con que no me falte la sonrisa de un niño, o que un gato guste de acurrucarse sobre mis piernas, o un beso cálido de quien en verdad tiene ganas de verme, con ese tipo de detalles me basta.


Qué curioso, luego corrí entre calles, entre casas, por lo pavimentado y, para todos he sido indiferente, todo mundo en lo suyo, pero un indigente que duerme bajo un árbol y a un lado de una fonda me sonrió como lo hace un niño, inocentemente, con la expresión de sorpresa y verdadero gusto en la mirada. No es limosnero, nunca me ha pedido nada, nunca lo he visto con la mano extendida, pero se tomó la molestia de regalarme una inesperada sonrisa, y es que tal vez él solamente pedía una a cambio, una sonrisa de vuelta para comenzar bien su día.


© ─J. Héctor Buelna





domingo, 26 de noviembre de 2017

Un pequeño amigo en el cine



Cuando nos sentamos en aquella sala semi oscura para ver la película Coco, había un asiento vacío al lado y en el siguiente un niño de unos seis años y su mamá ocupando  el asiento contiguo. El pequeño me miró fijamente, luego comenzó la siguiente conversación:

─Este lugar es para mi papá ─me dijo con seriedad.

─Ah, qué bueno, pues se lo cuidaremos, ¿verdad? ─respondí alegremente, entusiasmado porque vería una buena película. La madre muy atenta escuchó, me sonrió y no le dio ninguna importancia. En la pantalla seguían las propuestas y adelantos de otras historias animadas.

─Mi papá fue a comprarnos palomitas ─aclaró el niño, al verme comer sin parar las palomitas con chile. Estuve tentado a ofrecerle.

─Entonces te gustan las palomitas, ¡hmm a mi también! ─el chico sonrió complacido.

─Aquí va mi papá en este asiento, ya no ha de tardar ─repitió, y le vi la emoción en su carita, que bien la iluminaba la tenue luz de la pantalla gigante.

─Oye, niño ¿y no será que ya está aquí sentado, y es invisible? ─comenté de broma, le agradó, seguí con el juego y le hablé al asiento vacío:

─¡Hola señor, mucho gusto de conocerlo! ─El niño me sonrió hasta con la mirada, y creí leer en ella la frase: "éste niñote es de mi club".

Nos quedaron a deber el cortometraje de Pixar quien sabe por qué razón, y comenzaron los acordes de "Recuérdame" como apertura de la historia. El padre del niño por fin volvía de la dulcería. Algo cuchicheba el chiquillo con su padre, y enseguida me sorprendió al manifestar:

─Papá, él es mi amigo, él es mi amigo ─me señalaba al decirlo. Entonces ocupó el lugar que había reservado para su papá; ahora estaba a mi lado. Me sonrió de nuevo, comió algunas palomitas y pusimos atención a la película.




Podría dejar hasta aquí la narración pero hubo más. Sentí un cariño instantáneo por este niño, que de cuando en cuando me comentaba algo sobre la película, aunque nunca sin interrumpir demasiado (ni me molestaba para nada que lo hiciera), sus padres se daban cuenta de la ligera plática y sólo aprobaban sonrientes, porque sin duda conocen bien a su hijo y saben que es educado y sociable.
Él me preguntó si ya mero acababa mis palomitas, que él iba bien con las suyas y me las mostraba, yo le echaba un vistazo para no desairarlo, y pues le dije que le ganaría a comer. También preguntó:

 ─Tú, ¿no tienes hijos?
─No, no tengo ─fue mi seria respuesta. No le dio importancia y no cuestionó más al respecto.

La historia proyectada era preciosa, conmovedora, lograba despertarme diversas emociones, al parecer generó en los espectadores una sensible atmósfera de nostalgia... no me puso triste, había buenas y constantes razones para sonreír. Luego, por alguna razón miraba de reojo al chico, que se me figuraba muy parecido a Miguel, el personaje protagonista, quizás el perfil o la inocente mirada infantil llena de ilusión y sorpresa. La película nos tenía atrapados, pero "mi amiguito" de repente volteaba a verme sólo para regalar otra ligera sonrisa o tal vez para recordarme que él seguía ahí al lado mio. "Ojalá me pudiera tomar una foto con él al terminar la función", pensaba.

Al final todos contentos. Le pregunté su nombre (apenas hasta ese momento), me dijo llamarse Ramón, pidió saber el mío y le agradó que fuera Héctor, como otro de los personajes importantes de Coco. No, no hubo foto de los dos juntos, me dio pena pedirla y/o que los padres fueran a pensar mal de mi. Tantos años viendo cine, incluído el de animación y nunca había pasado algo así, fue... curioso, bonito, e hizo sentir que la despedida al salir de la sala fuera como la despedida con un entrañable amigo.






jueves, 26 de octubre de 2017

Algo de lluvia





Quiero algo de lluvia... una:
que desprenda aromas a la tierra
que sea ligera y bondadosa
que no deje sin hogar a nadie.

Una que purifique la ciudad
que aclare nuestra esencia
que refresque el corazón
y el pensamiento...
que acarree sueños nuevos.

Una lluvia que se lleve
este verano en pleno otoño
que nos devuelva el sosiego
y nos deje sin el estío
que abochorna la razón.

Una lluvia que consiga
un impávido brote de retoños
de conciencia humana
y de anhelos por el mañana.





miércoles, 18 de octubre de 2017

Los jardines de Mercedes




─¡Hola, buenos días!  ¿Tú tocaste el timbre?

─Sí, buenos días... para saber si acaso necesita a alguien para la limpieza.

─Sí, casualmente sí... pero para quién, ¿para ti?

─Sí, para mi. Tengo permiso de mi mamá para trabajar unas horas por las mañanas.

─Pero, ¿qué edad tienes?

─Once.

─¡Oh, estás muy pequeñito!... pero si en verdad quieres, ven, puedes comenzar hoy mismo, que el chico que venía antes, uno mayor que tú, simplemente, sin avisar, dejó de venir.

Aquella amable señora de rostro bondadoso me mostró los jardines de la casa, eran uno pequeño afuera, y uno muy grande adentro. Luego de darme de desayunar (un grandioso gesto que tendría hacia mi todas las mañanas) me dijo todo lo que tendría que hacer:  actividades como limpiar los ventanales que dan a la calle una vez por semana, barrer y regar los jardines, mantener limpio el garage y, al menos una vez por semana limpiar los dos coches (modelos setenteros). 

Yo lo tomaba como algo pasajero, es decir, como para trabajar unos cuantos meses, sin embargo, pasaron cuatro años en que serví en aquella casa, incluyéndo la de su hija, ya que ambas casas se conectaban por el jardín interno.  Iba sin faltar de lunes a sábado unas cuatro horas diarias; recuerdo que lo hacía con mucho gusto, nadie me obligaba.

Los mejores aguinaldos que pueda recordar me los dio aquella señora, quien cada diciembre me sorprendía con una cantidad que doblaba a la del año anterior. Inolvidable y hermoso ser humano, de un corazón caritativo y enorme: Así era mi Señora Mercedes M.   (Q.e.p.d.).




La hermana mayor de mi mamá, mi entrañable tía Juana, cada vez que venía a Tijuana me decía:

─De nuevo preguntó por ti doña Mercedes, dice que tiene muchas ganas de verte, que cuando vayas a Culiacán por favor no dejes de pasar a visitarla... te tiene mucho cariño esa señora.

Y yo le respondía: ─Gracias tía, así lo haré cuando vaya.

Pero nunca regresé.  Con el tiempo me enteré de los enormes e incontables cambios que le hacían a la ciudad. Ni nuestra casa cerca del río existía ya. Eso me daba tristeza... no quería volver y ver que el asfalto y nuevos bulevares ocuparon mis lugares favoritos de la infancia.

Ahora, gracias a una computadora y al programa Google maps, pude recorrer las calles por las que tantas veces caminé cuando niño para ir a la casa de doña Mercedes. Cuando al fin llegué a aquella casa... la sorpresa se tornó en un pesar dentro del corazón, pues la imagen muestra una casa de apariencia abandonada, desolada... para nada con los destellos de opulencia que poseía décadas atrás. Simplemente, sus antiguos habitantes con el pasar de los años abandonaron la morada terrenal, donde estoy completamente seguro de que fueron muy felices.

¡Cuántas veces he soñado ─ahora de adulto─ que sigo yendo a regar las plantas con sus coloridas flores; los árboles de lichi y mango, el amplio césped... los hermosos jardines de doña Mercedes!




martes, 3 de octubre de 2017

Rojo pasión




Mordí aquella roja manzana acaramelada
fueron besos con intenso sabor a locura
pero ella, apenada luego me confesaría:

─Unté mis labios con toloache de pasión
para tenerte en mis brazos
y sentir cercano tu corazón.
... quizá me odies ahora que lo sabes
... quizá te arrepientas de posar tus ojos en mi.

─Perdiste el tiempo en algo tan innecesario:
Soy inmune a tales absurdos brebajes,
pues sólo funcionan en quienes no surge este ardor,
y con tu irresistible presencia frente a mi
con tan dulce sonrisa, con tan candorosa mirada
sólo un ciego podría necesitar una pócima
para no reconocer que tiene enfrente al amor.






lunes, 25 de septiembre de 2017

Septiembre

Pintura de: Erin Hanson
























Septiembre, ¿cuántos recuerdos te empecinas en dejarme?
y...  ¿en dejarnos?
Mis primeras clases escolares, dulces aromas, tiernas sonrisas.
La boda de mi hermana, y ni siquiera fui a la misa!

Mi primer amor, y primera vez con ella a solas
y aquella cruel despedida, también durante tu transcurso.
Año tras año trajiste a mi, dolores, por tanto recordarla.

Septiembre de sismo, el terror de 1985, y
septiembre me llevaste a un abismo en aquel 2005
cuando mi madre falleció.
¡Por Dios! Era ella tan joven aún.
tras su partida jamás volví a ser el mismo.

Siempre me pones a flor de piel con tu regalo otoñal
transcisión donde van y vienen tanto recuerdos como frescos vientos.

Los calores se suman al aire y éste arremete sin piedad
altaneros vientos de latente enfermedad.

Septiembre ¿por qué repites la fecha del 19?
pusiste a temblar los corazones de un país entero
qué pena que tenga que surgir la hermandad
a base de sufrimiento y dolor.

Eres un mes implacable, ¡despiadado eres!
Eres aquel fatídico día once en las torres gemelas.
Ahora gustas de llevar azotes con tormentas por doquier
quizáz no seas tú el culpable, sino el hombre
el humano que a su planeta no sabe querer.







sábado, 8 de julio de 2017

El extraño retorno del gato Torombolo

Torombolo y yo.


Aquella gata que llegó sola, y que por una caricia y un halago hacia sus ojos ya no quiso irse, es de manera indirecta la causante de este relato. Domitila parió un cuarteto colorido casi bajo el peral, a la negrita Tomasita, al amarillo que mi amiga Claudia Soto adoptó y apodó Citrino, a un tabby color gris y el blanquito que a veces lo llamaba con el ridiculo nombre de "little white".

Todos regalados, colocados, menos Tomasita, la gatita arisca, que en realidad era macho, pero no nos dimos cuenta y por su color y sexo no fue requerido por nadie. Nos sentimos culpables!! Y es que cuando nos dimos cuenta ya estaba algo crecidito, pero mientras tanto fue la sombra de Domitila, que como buena gata pajarera lo traía de arriba a abajo, trepando árboles, era buen aprendiz el tremendo Tommy, como tuvimos que llamarle, y a partir del cambio de nombre, cosa rara nos aceptó, ya se dejó acariciar... ¿o nos perdonó la torpe confusión?

Tommy, aprendió muy bien a ser pajarero.

Pero ésto se trata más que nada del gatito blanco, al que inicialmente llamé little white, el que se llevó una vecina a su privada (no muy lejos de la nuestra). Lo quiso por pequeñito, por bonito y  por ser blanquito, así lo confesó la señora vecina de la privada contigua, y entre otras cosas, que a sus niños les iba a fascinar, y que por nombre le pondrían: "Mr. Smith"  (igual o más ridículo ese segundo nombre). ¡Adiós gatito blanco!  ¡Y pensar que cabías en la palma de una de mis manos!

¡Oh, no! Domitila parió su segunda tanda y esta vez fueron cinco, sí, pocos meses después. 
Pero como suele pasar, muy pronto de desarrollaron de tanto mamar, ah, pero el Tommy tan sinvergüenza,  no se le podía destetar, agarraba su parte como exigiendo derechos de antigüedad y, el muy chistoso se veía tan espigado, sobresaliendo de entre los cinco pequeños, sus hermanitos menores. Uno blanco fue pedido como regalo, y uno amarillo sin querer se dio a la fuga por subirse dentro del motor de un carro de un vecino, el cual sin querer se lo llevó... es una teoría, porque vimos saltar del carro al otro gatito amarillo y sospechamos que el gemelito no alcanzó a saltar por miedo. Cero y quedaban tres: La Gris (por su color), el Pánfilo y el Dominic, como los llamamos.

Domitila, posando en el jardían.


Los gatos se estiraban y eran libres, viviendo siempre fuera de casa, pero siempre en el estrecho corredor del jardín. El tiempo pasó muy pronto, y crecieron tan rápidamente como suelen hacerlo los gatos. Costales y más costales de comida hubo que comprarles, lo malo es que ya grandecitos nadie los quiso. 
Al poco ocurrió que los vecinos se quejaban de las mascotas (en general), que iban y les hacían averías en sus jardines, pero a decir verdad "nuestros" gatos eran mucho mejor portados que los de otras casas y que los "foráneos", los gorrones que venían de las privadas inmediatas. "Los nuestros" ni se metían siquiera a los basureros a husmear, pues no estaban hambrientos... creo.  Hubo incluso amenazas y advertencias por parte de moradores insensibles para todos los residentes, de poner veneno para aniquilar a las mascotas libres que se acercaran a sus casas. La especie gatuna que dependía de nosotros, peligraba, cual desastroza plaga que merece ser destruída.

Parecía que el fin del clan de los "gatijos" de Domitila era inminente, pues el ojiazul y de hermoso pelaje blanco murió atropellado; el pobre del huraño y amarillo Pánfilo no la libró de morir envenenado días después, y por suerte pudimos colocar a tiempo a la gatita de color gris. Entonces y sin querer nos quedó el dúo de antes: Domitila y su hijo fiel, el morenito Tommy.  Ahora temía que me los fueran a envenenar, pues no es dificil encariñarse de estos animalitos cuando los tratas un poco a diario. Sus miradas felices y agradecidas y uno que otro repegón a los tobillos resultan excelente paga.




¿Por qué siempre afuera? Porque nuestro límite siempre fue de dos gatos dentro de la casa: Benito y Colette. De por sí la insociable gata Colette sólo se quiere a sí misma, no soporta a otros mininos cerca de ella, y ni modo, ella fue la primera en llegar a casa.

Pero ¿cómo aparece en esta peluda historia el gato Torombolo?

Resulta que (y volviendo un poco atrás) cuando se corrió el rumor de que se estaba poniendo veneno para las mascotas mal portadas (por viles e inhumanos seres de dos patas), y aún no moría el gato blanco Dominic, mi amigo Rubén, quien es el guardia de la privada, me dijo apresuradamente:

"¡¡Vaya pronto, allá en la esquina está el gato blanco, Dominic, se está muriendo por envenenamiento!!"

De inmediato fui sin pensarlo. Ahí, en la esquina que da a la calle principal, bajo un árbol, un gato blanco se retorcía de dolor, maullaba asustado sin saber por qué sentía aquello. Estaba mojado en partes, patas, cola y panza; no sabía yo si se trataba de agua o si él mismo se había vomitado encima el agua contaminada. Me dio mucha tristeza, le hice cariños y le sobaba la pancita, mientras lo tomé en brazos y lo llevé a casa, afuera de casa quiero decir, a escasos metros de donde lo parieron. Seguía quejumbroso y me parecía que definitivamente iba a morir. 

De las últimas veces que los vimos juntos, Gris, Pánfilo (amarillo), Dominic (blanco) y el Tommy (negro).


Tomé a "Dominic" de sus patas traseras, que colgara y sacara el líquido mortal que hubiese ingerido, pero esta pueril ocurrencia no parecía servir de nada.
De pronto un recuerdo de infancia llegó como un susurro al oído, y por sugerencia imaginaria fui a traerle leche fresca. Le dí a beber a fuerzas varias veces, al menos un medio vaso.  Bajo una sombra lo tendí sobre una cobijita que usaban sus hermanos, hice un doblez a una parte y se la acomodé como almohada. Le seguí sobando su pancita, y de cuando en cuando el gato me veía por el rabillo. Se fue calmando, no sé si porque ya se despedía o porque se le estaba pasando el dolor. Le seguí masajeando un poco más, siempre hablándole cariñosamente... él sabía que no estaba solo. Poco a poco su agitada respiración se fue normalizando. Ahí lo dejé acostado, pues parecía que se estaba durmiendo. Tuve la certeza de que no moriría, no esta vez.

Durante las siguientes horas nos asomamos por la ventana y ahí seguía, advertí que seguía vivo por sus leves movimientos. A la mañana siguiente ya no estaba...  había desaparecido.

Al atardecer del día siguiente llegó un gato blanco, sí, era el verdadero Dominic, pues el anterior (como Lucy sospechó) no era nuestro gato blanco, y yo ¿cómo que no fui enfermero del Dominic?
En realidad había atendido a uno casi idéntico, cuya carita y ojos eran los mismos que de la madre. Casualmente me enteré de que la señora a quien le regalé al gatito blanco que nombrara Mr. Smith, ya no lo quiso, ya había crecido mucho y se había desentendido de él, por lo mismo comenzó a vagar y terminó bebiendo aquella agua envenenada. Y yo que creí que había ayudado a nuestro Dominic (de la segunda camada de gatitos) pero en realidad se trató del Mister Smith.



Y así fue como poco después nos entristecieron los hechos lamentables sobre los gatos Pánfilo y Dominic, uno envenenado y otro atropellado a pocos días de diferencia... sin embargo, a los pocos días, reconocí el maullido y cuerpo del gato blanco que había regresado al lugar donde naciera un año y medio antes. Le di de comer, y la verdad que me dio mucho gusto saber que se había salvado... "Ah, Míster Smith, ¿así que creciste y ya no te quisieron?"... el pobre seguramente hizo las veces de juguete para los niños de aquel hogar, y que una vez crecido se aburrieron de él y lo desecharon.

Después de que lo auxilié en su intoxicación, me parece que fue a despedirse de su antigua casa. Ésta vez ya no quiso irse. Me reconocía y se restregaba a mis pies, interpreté su comportamiento como agradecimiento. Los gatos Tommy y Domitila le temían, pese a que el gato era casi una gota de agua junto a ella. Seguramente una madre gata olvida a una de sus crías una vez que pasó un año sin verlo.

Yo rechacé el nombre que le pusiera la vecina y renombré al gato como: Torombolo.
Actualmente lo alimento dos veces por día. El Tommy ya lo acepta, creo que reconoció que es su hermanito de "tanda", ya hasta se les ve durmiendo juntos cabeza con cabeza. A Domitila la adoptó un vecino, y a veces se le escapa para que le demos de comer lo que estaba acostumbrada y aún le gusta, o porque nos extraña, o quizás ambas cosas.

Los primeros días, yo quería que Torombolo se regresara a su casa, que volviera con la señora y familia que lo alimentara desde pequeño, pero no, ya no quiso irse.

No es la primera vez que me entero, que cuando un gato muere, casi de manera mágica aparece otro gato ocupando su lugar, muchas de las veces uno casi idéntico, he sabido de casos y ahora me sucedió a mi. ¿Acaso Torombolo sabe que yo me lo traje de aquella esquina donde tirado se revolvía de dolor estomacal? ¿Sabe que está en la casa donde nació y pasó sus primeros dos meses de vida? Como sea, es muy agradecido y cariñoso. Creo, merece una casa donde se le quiera y adopte, pues él claramente pide vivir dentro de casa. Es muy lindo si se le da la oportunidad de demostrarlo.





jueves, 22 de junio de 2017

Poema a la Sierra Madre























Canta el viento en la imponente cumbre
sacudiendo al medroso encino
cae la hoja ya muerta al abismo
bajo el rayo del sol en su ardiente lumbre.

Palmeras que en las lomas se estremecen
cual exótica de baile afrocubano.
Cantos canoros de pájaros que ofrecen
a esa Sierra Madre que añoramos.

Manantiales de agua clara y cristalina
Verde, sombría y perfumada es la vereda
y semejando la multicolor cortina
mariposas que se cruzan por doquiera.

Cae la noche vigilada por la luna
y las flores calman ansias de rocío
Ruge el león de montaña, el coyote aúlla
extendiendo el terror y el dominio.

Más el alba al horizonte asoma
y el polluelo en su nido pía.
El faisán entre las ramas salta
y el obrero a su labor camina.

¡Oh, Sierra Madre de follajes tan hermosos!
mil colores con que adornas tus caminos
en tus cimas dominando tan garboso
esa joya perfumada, que es el pino.


J. Héctor Buelna Amador  (poema de mi padre, andador de sierras, valles, montes y montañas).



sábado, 22 de abril de 2017

Abejas



¿Recuerdas cuando decidiste compartirme aquel terrón de azúcar?

Con el transcurso del tiempo
los corazones han sido ubérrimas colmenas
donde celdillas secretas esperan el depósito de miel.
De las miradas han surgido millares de abejas
que de los labios liban el néctar con alboroza avidez.








lunes, 20 de marzo de 2017

Cuando un niño lee un cuento



Cuando un niño lee un cuento, no lo hace con la intención de un aprendizaje.
El no es asido por las letras, él se permite ser atrapado por ellas y de cualquier
modo aprende.

Cuando un niño lee un cuento, sólo quiere hacer un viaje imaginario junto a sus personajes,
quiere encontrar miles de tesoros fantásticos, quiere descubrirlos y maravillarse.

El niño recurre al libro como si fuese la fuente que apagará su sed de curiosidad,
bebe de los borbollones y nutre su mente a la vez de su alma.

Cuando el infante lee un cuento, se ha subido al barco que emprende una gran travesía,
quiere tomar el timón para ser el primero en verlo todo, quiere ser testigo y protagonista.

Cuando el niño lee un cuento, en su mente hace cabriolas y volteretas
sabe volar como las águilas y corre más veloz que cualquier liebre o guepardo.

Él o ella simplemente saben que quieren ser felices al navegar entre sus páginas,
porque, cual gracia divina, es parte de su naturaleza el ser feliz.



¡Ya quiero conocer a Pablo Luna, al niño de esta foto quien lee
Entre el Río y las Estrellas (Soy su fan)!

José Héctor Buelna.

lunes, 13 de febrero de 2017

Los Amigos del pasado




Aquellos lejanos amigos que no volví a ver jamás desde que fuimos niños, hoy tengo la impresión de que nunca dejé de verlos, será por tantas veces en que recurrí a los recuerdos, y en ellos estaban impresos los juegos, las palabras y sonrisas compartidas, así como muchos momentos especiales que resultaron ser regalos imperecederos de la vida.

¿Cuántas veces habré caminado al lado de uno de ellos, ahora de adulto y sin poder reconocerle? O pudo ser que las miradas se cruzaron y nos vimos extrañados el uno al otro como diciéndonos: "¿No nos hemos visto antes?". 

Y es que, se quedaron en la memoria, permanentemente con sus rostros y cuerpos infantiles.

Hoy recordarlos es como emprender un viaje hacia el pasado. Un viaje hacia la inocencia, al lugar donde guardamos selectivamente los mejor de nuestros primeros años, lo significativo, lo insólito y lo excepcional. 

Un viaje a donde no se requiere comprar boleto, pero si tal boleto existiera, éste tendría impresa la leyenda que dijera: "Úsese cuantas veces quiera y, no se olvide nunca de ser feliz".


 José Héctor Buelna  (foto de 1905)

viernes, 20 de enero de 2017

Despedida en el portón




A punto de dejar la casa de mis padres, estaba ya de pie frente al portón, sobre la banqueta, pero no me iba, como si una voz inaudible me dijera que aún no me marchara. Un sentimiento de nostalgia me hizo girarme a ver la casa de un lado a otro y de arriba hacia abajo, como si la acción de buscarla me sirviera para encontrarla tras once años de ausencia… de su partida.

Siempre acostumbro ver la fachada de la casa antes de irme, pero esta vez me mantuve inmóvil en el mismo lugar, como indeciso, sin saber qué hacer. De pronto me invadió esa fragancia, ese aroma exquisito que me resultaba muy familiar, o al menos eso creí. Me moví unos pasos hacia los lados, luego hacia el frente y en cada movimiento no lograba percibir más ese aroma, solamente hasta que volvía al mismo punto de la entrada del portón, entonces me rodeaba ese perfume como si me abrazara. Me hacía imaginarla, cerrar los ojos por un instante y entonces ese perfume salido aparentemente de la nada, me regaló una extraña sensación de felicidad.

Era muy leve y escaso el soplo del viento. Al otro lado de la calle un par de señoras esperaban el transporte público. Me moví nuevamente hacia delante por si acaso el adorable aroma provenía desde aquellas siluetas femeninas… pero no, nada había de ese olfateable dulzor, y las descarté.

Sólo colocándome en ese punto, justo donde se unen y abren ambas partes del portón de hierro, para mi sorpresa sólo ahí volvía a captar esa divina fragancia… porque ya era divina para mi, pues sin temor a equivocarme era uno de los favoritos de mamá Chayo.

Después de un rato me despedí, hablándole al aire, al ser amado invisible y, pude marcharme con el corazón contento y agradecido.

J. Héctor Buelna


(Escrito el 23 de diciembre de 2016)