jueves, 21 de diciembre de 2017

Una sonrisa de regalo




En un mes donde el espíritu navideño parece apoderarse de "casi" todos los corazones, donde la gente parece sensibilizarse un poco aunque sea por unos cuantos días al año, demostrando afecto y humanidad hacia todos sus semejantes, algo curioso me sucedió:

Salía de casa, temprano, a mi acostumbrado trote matutino. Mi vecino de enfrente, un señor ya entrado en años y quien es muy reconocido en su trabajo, salió como siempre muy ensimismado, apurando sus pasos, y esta vez no respondió los buenos días, ni se giró a vernos siquiera; yo pensaría que ha de tener muchos problemas internos o que no le gusta perder el tiempo con nadie, pero resulta que siempre es así, no es la novedad, de hecho nunca saluda, es uno quien tiene que dirigirse a él, y cuando llega a responder lo hace con seriedad y sin detenerse por un segundo; sin embargo, una vez más no merecimos su respuesta, y digo merecimos, pues acostumbro a quedarme unos minutos con mi amigo, el señor guardia de la privada, quien es una de las personas más carismáticas y saludadoras que conozco. En realidad no es algo a lo que le de mucha importancia, pero he aquí la gran diferencia y contraste de las cosas, de que al cruzar la calle y toparme con el vendedor de la esquina, quien siempre se le ve tan atareado acomodando o limpiando sus naranjas, fresas y otras frutas, me dijo: "buenos días, pásele"... a pesar de sus ocupaciones, me ganó el saludo esa vez.

Al subir la rampa para llegar a los solares donde corro, ahí en la cima estaba una vez más el señor vigilante del estacionamiento de la primaria. Todo el día se la lleva parado y caminando de un lado a otro, siempre con ese gesto de agradecimiento por la vida que le ha tocado vivir, o quizá sea por la oportunidad de continuar vivo un día más, o simplemente porque le encanta su trabajo, eso sólo él lo sabe. Siempre me saluda o responde a mis buenos días, y hasta me alienta a que le ponga ganas al ejercicio.

Me hizo recordar nuevamente a mi vecino... no, no es que me guste comparar, solamente que fue inevitable la evocación.



Afortunadamente el espacio donde suelo correr casi a diario es bastante grande, porque ahí está una vez más ese señor que se adueñó del que era mi recuadro de tierra favorito; la persona que no responde a mis saludos y que incluso evita hacer contacto visual conmigo, mejor lo dejo que corra a gusto, que yo también quiero estarlo. Con que me responda el sol con estos rayos que me entibian y me quitan el frío, con que no me falte la sonrisa de un niño, o que un gato guste de acurrucarse sobre mis piernas, o un beso cálido de quien en verdad tiene ganas de verme, con ese tipo de detalles me basta.


Qué curioso, luego corrí entre calles, entre casas, por lo pavimentado y, para todos he sido indiferente, todo mundo en lo suyo, pero un indigente que duerme bajo un árbol y a un lado de una fonda me sonrió como lo hace un niño, inocentemente, con la expresión de sorpresa y verdadero gusto en la mirada. No es limosnero, nunca me ha pedido nada, nunca lo he visto con la mano extendida, pero se tomó la molestia de regalarme una inesperada sonrisa, y es que tal vez él solamente pedía una a cambio, una sonrisa de vuelta para comenzar bien su día.


© ─J. Héctor Buelna