domingo, 30 de diciembre de 2018

Los tres Chapulines Colorados


Tres amigos a punto de correr su primer maratón, Manuel, Víctor y Juan, comenzaron la siguiente conversación:

Manuel, y, ¿Cómo es que te animaste a correr esta distancia? ─preguntó Juan.

─Pues mira, de niño y en quinto año de primaria, recuerdo que acabábamos de entrar del recreo, y había olvidado ir al baño, así que le pedí al profesor Roque ─el cual era su nombre─ que me diera permiso de salir e ir al sanitario, pero me regaló con facilidad un rotundo y gritado ¡NO!, que todos en el salón se me quedaron viendo.

"Bueno pero un error lo comete cualquiera" ─le dije al profesor.
─Sí, pero 500 errores también los comete cualquiera ─me respondió.

─Pero entonces, ¿qué hiciste? ─interrogó Víctor.

─Nada, yo que era más noble que una lechuga, me quedé tristemente sentado en mi pupitre, miraba hacia las ventanas abiertas, y no saben cómo deseaba en ese momento tener una pastilla de chiquitolina para escaparme sin que nadie se diera cuenta. O, tal vez si tuviera una chicharra paralizadora, dejaría al profe petrificado por unos minutos para salirme del salón, llegué a pensar esa vez.
En fin, me juré que un día, cuando creciera, sería tan hábil e ingenioso como mi héroe favorito.

Después de una hora con mis piernas apretándose entre sí, solo puse cara de que moría de dolor de estómago y, ya al fin se apiadó de mi el profesor Roque, y me dio permiso de salir. Yo corrí de un extremo al otro para llegar a la puerta de salida, mas no olvido las palabras del profe que en ese momento me dijo: “Aunque corras por la vida, no creo que vayas a llegar muy lejos”...
Y recordando esa experiencia fue que decidí animarme a... por fin correr los 42 kilómetros.



Y tú Víctor, ¿cómo es que decidiste participar? ─le preguntan.

─Pues, algo parecido, ya que una tarde, caminando de regreso de la escuela por la solitaria calle de terracería, tras un extraño silencio detecté con mis imaginarias antenitas de vinil la presencia del enemigo. Sentí miedo, puesto que como ya era costumbre, ahí estaba un grupo de vagos en un callejón por donde debía caminar para llegar a casa; eran sólo un poco mayores que yo, y ya en varias ocasiones me habían agredido, pero yo no me defendía de sus empujones, golpes y palabrotas por ser ellos cuatro vagos muy experimentados contra un chico sano y serio… y temblaba, el cúnico había pandido en mí de sólo verlos.

Qué ganas tenía de extraer de una de mis libretas un mágico chipote chillón que había dibujado, y que aunque fuera de plástico, que doliera como una roca para agarrarlos a golpes a esos montoneros.

Pero ese día todos mis movimientos estaban fríamente calculados, así que en un descuido de ellos, y a pocos metros de tenerlos frente a frente, escondí los libros escolares tras un ancho arbusto, y entonces, ya al verme, ese cuarteto de idiotas predecibles comenzaron con la molesta rutina de empujarme.

Y mi plan que ya había trazado dio marcha al decirles: “los reto a que me dejen en paz con una carrera de aquí hasta el bulevar, si me alcanzan me golpean todo lo que gusten, y si no me alcanzan me deberán de ignorar cada vez que me vuelvan a ver de hoy en adelante, a ver si son tan fuertes y tan valientes".

Desde luego que ellos ignoraban que yo era más ágil que una tortuga, y corriendo, más fuerte que un ratón, y que era campeón de velocidad en la escuela y que además me estaba armando de valor para lanzarles ese reto... y que las rodillas me temblaban sin parar.

Tuve suerte, pues lo aceptaron, aunque no sabía si alguno iba a resultar más veloz que yo, aparte de que el mencionado bulevar quedaba a una milla de distancia… así que sin previo aviso arranqué, y ellos corrieron y corrieron como locos detrás de mí.

Uno a uno se fueron quedando, abandonando el reto, agotados y con la lengua de fuera. Sólo uno aguantó un kilómetro y venía a unos veinte metros detrás de mí, y como era un chico de mi estatura, me detuve, volteé a verlo, como esperándolo, y se sorprendió de no verme igual de cansado que él.
Con las manos apuñadas y en posición defensiva lo enfrenté: “¿Y tú que me vas a hacer? Ustedes ya perdieron… Regrésate con tu pandilla de tontos. ¡No contaron con mi astucia!”

Él, simplemente bajó la mirada y se regresó con sus amigos, alternando trote lento y caminata.
Después de eso, de verdad que pude caminar ya contento por las calles de mi colonia, y para ellos yo simplemente ya era un ser invisible.
Así que, ahora ya saben de donde saqué la motivación para correr este maratón.

Ahora sólo faltas tú Juan, ¡cuéntanos!

─Pues mi caso es más simple: Yo le tenía miedo a esta distancia, bueno aún me queda un poco de cúnico, digo, de pánico, pero siempre quise venir hasta esta ciudad para correr el maratón, sobre todo mi esposa adoraba la idea de venir a conocer, de compras y turistear en ella.

Cada mes que pasaba yo seguía indeciso:

─Sí quiero... Sería grandioso ir... Sí me inscribooo... le decía a mi esposa.

─Pues sí, anímate y hazlo pronto ─respondía ella.

─ ¡Si me inscriboooo! ─le repetía yo de nuevo.

─Lo sé, y yo también quiero ir ─añadió ella.

─Si me inscriboooo ─Seguía yo con mi cantaleta, fingiendo valentía y desesperándola un poco.

─Sí, pues... ¡Hazlo yá y luego me avisas! ─anunció en tono demandante.

No me atrevía a aceptar que quería inscribirme, y poco después, a pesar de que había quedado seleccionado en el sorteo y, de estar entrenando ya mucha más distancia que un medio maratón me acobardaba con la idea de correrlo, hasta que...

─ ¿Entonces, que?, ¿Vamos a ir o no Juan?, ─inquirió mi esposa una tarde.

─No sé... ya estoy entrenando hasta 30 kilómetros, me siento bien, pero dicen que uno se topa con el famoso muro a partir de ahí y… y luego llegan los dolores en las piernas. Dicen que puedo llorar y querer abandonar… no, pensándolo bien, creo que mejor me rajo ─le dije.

─Mira, como ya lo había sospechado desde un principio, conociéndote, que no te atreverías, te tengo un regalito… ¡ya estás inscrito al maratón de Nueva York! ─repuso ella, mostrándome el registro en la pantalla de su computadora.

─ ¡No lo puedo creer, amor, gracias!… ¡en serio gracias por aprovecharte de mi nobleza! ─fue mi respuesta de asombro.

Y así fue como decidimos participar en este importante evento, pero amigos, esto ya va a comenzar... Vamos, a calentar, preparen sus piernas, sus escudos que son sus corazones, y ¡síganme, síganme los buenos!, que esa magnífica meta en Central Park todos la tenemos que cruzar.

▬En memoria de nuestro admirado Shakespeare mexicano: Chespirito, Roberto Gómez Bolaños▬

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